sábado, 8 de febrero de 2014

De repente, el vacío

El futuro es, quizás (con permiso de Albert Serra), la película más controvertida que se ha producido en España en lo que va de siglo. Mientras una parte de la crítica ha corrido a encumbrarla como "una de las mejores películas españolas de los últimos 30 años" (Jaime Pena dixit), otra parte de ella ha corrido a denunciar su esnobismo y “postureo” vacuo que a algunos les han llevado a catalogarla como "una de las peores películas de la historia". ¿Cómo puede ser que una misma película pueda suscitar opiniones tan diametralmente opuestas?
Supongo que esas reacciones exaltadas van en consonancia con la enorme ambición del proyecto, porque, si hay algo que pueda definir esta película es su voluntad de trascender. Realmente, pensar El Futuro es una experiencia apasionante, porqué nos encontramos con una película sumamente compleja y muy cuidadosamente pensada. Conceptualmente, la película es fascinante. En primer lugar porque, hoy que es más necesario que nunca, se atreve a ser una película política. Y lo interesante es que ha optado por serlo a contracorriente, ya que la película es política es la acepción más “godardiana” del término, es decir, es política desde su puesta en escena y no desde sus palabras. 


En El Futuro no vamos a ver a personajes verbalizando interminables soflamas políticas. Su gesto político es mucho más radical y valiente si cabe. El mensaje está claro y el propio director lo ha descrito meridianamente: “Con la victoria socialista pensamos que estaba todo hecho, cuando estaba todo por hacer”. Mucho se ha hablado sobre esa fiesta interminable de la que hemos disfrutado en los últimos 30 años y de la enorme resaca en la que hoy estamos inmersos (Gente en Sitios sería el perfecto contra-plano de la película). 
Tras el discurso de la victoria de Felipe Gonzalez en el 82 (que, por otra parte, es de una aterradora actualidad), Lopez Carrasco nos invita a observar una celebración hedonista en la que los pensamientos políticos se acaban mezclando con el alcohol y las drogas y se acaban difuminando hasta convertirse en murmullos.
Ahí es donde entra en juego la otra pata conceptual de la película. Ese difuminado se expresa a través de una imagen que, gracias a su textura granulosa de 16mm, se torna densa y los colores y las figuras se acaban empastando hasta disolverse junto con sus palabras. Ese efecto grumoso se multiplica a través de la atrevida banda sonora, que bucea en la cara B de la música española de aquella época y que bebía más de Joy Division que de los cantautores políticos de los Setenta. El paradigma de ello es el Homúnculo de Ciudad Jardín, que acompaña con su densidad hipnótica la pastosidad de las imágenes



Al mismo tiempo que las palabras se van disolviendo en murmullos entre los muros de guitarras, el director visualiza el proceso a través del propio deterioro del soporte fílmico. Poco a poco el sonido empeora, va y viene, y en la imagen empiezan a aparecer enormes agujeros negros (la cita a Zulueta es clara) que acaban tragando a sus protagonistas y llenando de vacío la película. 
También es cierto que esa densidad abigarrada tanto física como conceptual acaba arrebatando el aire a las imágenes y el propio entramado estético elimina el alma a unos personajes que acaban siendo espectros de sí mismos y que puede llegar a abrumar (e incluso aburrir) y sacar al espectador fuera de la reflexión que propone el film.
En todo caso, es difícil no sentirse sobrecogido por las palabras que surgen en pantalla a partir de ese vacío (que proceden de la letra de Nuclear Si de Aviador Dro) y que hacen las funciones de una profecía apocalíptica del páramo social en el que hoy estamos inmersos.
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El Futuro (2.013)
Dirección: Luis López Carrasco
Guión: Brays Efe, Luis E. Parés, Luis Lopez Carrasco
Fotografía: Ion de Sosa
Montaje: Sergio Jiménez
Interpretes: Lucía Alonso, Rafael Ayuso, Marta Bassols, Marina Blanco

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