lunes, 23 de junio de 2014

Cuando Warhol encontró a Jersey Shore

Hace ya más de cincuenta años que Andy Warhol y sus acólitos de The Factory tuvieron el valor de reivindicar lo que se vino en llamar la “cultura popular” como una muestra artística tan valiosa como lo era el “arte culto” hecho para solo unas minorías. Aquello del “todo el mundo merece sus quince minutos de fama” ha ido evolucionando a lo largo de los años y aunque, probablemente, se haya acabado traicionando la intención original de la proclama, sin duda vivimos en una sublimación constante de dicha premisa. El concepto de “reality show” ha conseguido convertir en material de consumo masivo el día a día de cualquiera en cualquier situación por muy anodina que sea. Todo es susceptible de ser consumido. Todo es susceptible de ser convertido en material de consumo para masas. 
Harmony Korine es, sin duda, un alumno aventajado de esa nueva cultura popular (o cultura basura, como los más snobs la catalogan) en la que lo que importa es meter la nariz en lo más sórdido y sonrojante de nuestra naturaleza. Tras una irrupción fulgurante a finales de los noventa, fue capaz de crear esa pieza de culto que era Gummo (1997). Una onírica historia con resonancias de La Parada de los Monstruos (Freaks, 1932) de Tod Browning, desarrollada en el medio-oeste de la America más profunda y en la que nos mostraba lo que sería a posteriori una constante en su carrera, la obsesión por retratar lo más grotesco y desagradable que se encuentra en los márgenes de la sociedad. Tras el éxito y casi quince años de obras fallidas, Korine volvió en 2013 con Spring Breakers para reivindicarse (y resucitar).


Para realizar la maniobra ha decidido mover su campo de acción desde la sórdida America “redneck” a las soleadas playas de la Florida de la MTV. Y así nos mostrara que la sordidez no depende del nivel de bronceado ni el color del tinte de sus protagonistas, siempre está ahí. Y para ello se rodea de unos ingredientes explosivos. En primer lugar toma a tres princesitas Disney, ídolos de cualquier niña adolescente del planeta y las convierte en auténticas “freaks” del sexo, las drogas y el alcohol (además de hacerlas pasear en biquini el 90% del metraje). Luego toma a uno de los guapos oficiales (James Franco) y lo convierte en un ser completamente repulsivo y violento. Y todo ello lo bate y lo remueve a ritmo del dubstep de Skrillex que junto con Cliff Martinez es capaz de crear una banda sonora incisiva pero hipnótica. Todo ello se funde con unas imágenes casi líquidas en las que la nitidez importa muy poco y lo que prima son unos colores saturados que se confunden y se disuelven en una orgía de fiestas universitarias para formar un collage abstracto que nos recuerda a Winding Refn o al mismísimo David Lynch de Inland Empire (2006).
La trama es mínima y simplemente sirve para introducirnos en un espacio social (el del universitario medio americano) en el que, como por otra parte se puede observar en cualquier episodio de Jersey Shore o similares, existe la cultura de la nada, del hedonismo como objetivo único y último y en el que el rey es quien consiga beber más, el que aguante más drogado o estar con más mujeres al mismo tiempo. Y todo ello se nos muestra sin juicios de valor de ningún tipo. Que nadie espere moralinas ni moralejas, solo encontrara el vacío.
Pero, al mismo tiempo, que nadie espere frialdad y desapego, porque si hay algo en lo que Korine es especialista es en escarbar hasta encontrar esa pequeña brizna de poesía que hay oculta en la sordidez. Frente al ruido y la furia que impregna la película, contrasta la vocación lírica. La sublimación de ello es la escena en la que al ritmo de Everytime de Britney Spears (obviamente, no podía ser otra) observamos las fechorías de esta banda improvisada de delincuentes. En ninguna otra escena como en esta se nos enseña cómo se puede llegar a la belleza desde el exceso, navegando en el filo que separa lo hermoso de lo ridículo, lo grotesco de lo poético.  



Y es en ese filo donde Harmony Korine parece querer colocar su película. Es un órdago, un todo o nada, en el que decide colocar poesía y vulgaridad a convivir, muchas veces incluso en el mismo plano. Y es precisamente a través de ese contraste como consigue retratar mejor que nadie de lo que realmente está hecha nuestra cultura de consumo, un envoltorio lleno de nada.

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Spring Breakers (2.013)
Guión y Dirección: Harmony Korine
Fotografía: Benoît Debie
Montaje: Douglas Crise
Música: Cliff Martinez, Skrillex
Interpretes: Vanessa Hudgens, Ahsley Benson, Rachel Korine, Selena Gomez, James Franco